Café: Lucha por la vida

Eliazar Pérez Cruz nos contó sus motivos para iniciar el proyecto “Café: Lucha por la vida" en colaboración con Solène Charrasse, fotógrafa francesa. 

Mi nombre es Eliazar Pérez Cruz, tengo 33 años y mi lengua materna es el tzeltal. Mis ancestros se fueron del pueblo Sitalá en el principio del siglo XX y fundaron Pueblo Nuevo Sitalá. Eran un grupo de 40 o 60 personas y entre ellos sólo venían dos mujeres. Es lo que se cuenta: ¡pero puede ser puro fantasma machista! Hoy somos 2500 personas y la historia olvidó cómo se multiplicaron tan rápido y sobrevivieron con tan pocas mujeres. 

Cuando llegaron, la mayoría del territorio ya pertenecía a grandes terratenientes mestizos o extranjeros. A principios del siglo XX los campesinos protestaron en contra del gobierno porque necesitaban tierras: creo que por miedo de una posible invasión de las fincas, les taparon la boca con tierras quebradas y rocosas - les repartieron las parcelas más difíciles de trabajar. Cada vez que veo mi comunidad realmente lo que veo es que justo donde empieza Pueblo Nuevo Sitala, empiezan las partes más feas. A pesar de eso, el pueblo empezó a trabajar: se dedicaban a la agricultura, a la milpa, y todo lo que producían lo comían, lo usaban - no necesitaban comprar. También se fueron a trabajar a las fincas, como acasillados. Cuando llegó el café, se pusieron a trabajar con más ganas creo, más explotados por los finqueros. 

Invasión de las fincas mestizas por los campesinos indígenas tzeltales. Pueblo Nuevo Sitalá, 1980, Polaroïd blanco y negro escaneado. Crédito: Ernesto Vazquez Hernández.

Invasión de las fincas mestizas por los campesinos indígenas tzeltales. Pueblo Nuevo Sitalá, 1980, Polaroïd blanco y negro escaneado. Crédito: Ernesto Vazquez Hernández.

En los 80 empezaron la lucha. Primero, robaron algunos granos de café para plantarlos en sus tierras. Luego la gente se organizó con otras comunidades, se aliaron para invadir las fincas y correr a los finqueros. Al final del movimiento, nos repartimos las tierras entre todos: ya tienen tierras mis papás, y allá es donde cosechamos el café, donde trabajamos. A partir de allí los habitantes de Pueblo Nuevo se dedicaron exclusivamente a la producción del café. Fueron dejando las milpas en favor del dinero. 

Imagínense: ¡el dinero apareció como una puerta de salida! Como campesinos indígenas de lugares marginados, nos emocionábamos y nos sentíamos más felices de consumir cosas que venían desde afuera. 

Surgieron muchos problemas al enfocarse exclusivamente en el café. Cuando cae el precio del café en el extranjero, toda la comunidad es impactada. Pasó en 1998: empezaron a pagar bien barato - de por si pagan muy barato - y realmente: ¡nos vemos muy ofendidos con el precio! Es un gran proceso el café. Es un gran proceso donde se involucran todos: niños, niñas, mujeres y hombres; a toda la familia. Y aun así: el precio está bajísimo. Estamos totalmente a la mano de los coyotes o de las empresas extranjeras. 

La tierra es de quien la trabaja. Pueblo Nuevo Sitalá, 2019, 35mm blanco y negro. Crédito: Solène Charrasse.

La tierra es de quien la trabaja. Pueblo Nuevo Sitalá, 2019, 35mm blanco y negro. Crédito: Solène Charrasse.

En el 2007, llegó esta plaga de la roya que es algo aún muy fuerte. Creo que antes producíamos 100 toneladas entre todos, más o menos. Este año, tal vez alcanzamos unas 3 o 5 toneladas: cayó todo. Todos nos quedamos sin nada. Algunas personas fallecieron por desesperación. Nos pegó fuertísimo y hasta la fecha no se recupera. 

Ahora el gobierno regala una planta hibrida de café, la “robusta”, que es más resistente a la plaga. No necesita sombra, requiere que talamos todos los árboles de nuestras parcelas: es un desastre ecológico a largo plazo. Además, no es buen café. Se vende a precios aún más bajos, a empresas como Nestlé que lo procesa en Nescafé. Apesta y no tiene sabor, ¿quién más lo va a comprar? ¡Es un círculo sin fin! 

Nuestros productores están consumiendo este mismo Nescafé - cuando no es tortilla quemada o maïs dorado. Si: el productor es el más marginado de todos... Estamos muy desinformados: no hay internet, no hay la cultura de la lectura, ni hay libros. Los campesinos de allá piensan que hay que hacer dinero y ya que tienen un poco, se van al abarrote a comprar todo preparado¡ya consumen frijoles enlatados! Eso nos ha perjudicado demasiado: mucha gente se enferma de cáncer, de diabetes...

Con todo ese contexto, la gente se pone más violenta. Y las primeras a sentir las consecuencias son las mujeres: las que “no hicieron la Historia” y las que “no trabajan, que solo están en la casa!” 

No sé si fui o casi fui víctima de todas estas cosas. No sé qué está pasando, no sé qué pasa, no sé qué va a pasar... Ahora lo que tratamos de hacer es involucrar a la comunidad, dar pláticas y talleres -sensibilizar. Es el proyecto que tengo ahora, devolverle a la comunidad algo, algo que perdió. Permitirles ampliar cómo visualizan las cosas, sobre todo para los niños. Eso es lo que tratamos de hacer.